BIBLIOGRAFIA

"AMANECER DE DIOS" [Poesías 1º]

"ATARDECER DEL HOMBRE" [Poesías 2º]
"MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS" [Poesías 3º]

"PREGUNTA A TU CORAZÓN"
"FUEGO EN LA CIUDAD"
"EL REFORMADOR"
"PUBLICACIONES BARNABITICAS"
"PARA ADQUIRIR LOS LIBROS, dirigirse a..."

"Amanecer de Dios" no es sólo un libro de poesía, es más bien, diría, una vida expresada poéticamente; son momentos de la historia del caminar de una persona que refleja sus vivencias más íntimas con este lenguaje poético.

Vicente, con estos poemas, trata de hacernos partícipes de varios momentos de su vida: su juventud, su adultez y madurez; nos cuenta sus momentos de alegría ante el nacimiento de un ser querido, de la pena y de profundo dolor ante la muerte de personas que amaba intensamente; sus sentimientos religiosos, ante la Imagen de la Virgen, ante un Crucificado o ante un paisaje que para él le llena de tranquilidad, o le hace gozar de la soledad, que en muchos de sus versos se palpa.

P. Vicente al atardecer de su vida, nos regala estos sus pensamientos que son su vida, llenos de amor humano y de amor divino, de momentos de esperanza y de tristeza, de gozo y de sufrimientos, de por qué y de confianza en ese Dios íntimo a quien a lo largo de todos estos versos busca sin descanso.

Esposo, padre, profesor, novicio, religioso, abuelo, sacerdote. La vida del P Vicente se desarrolló como "un amanecer de Dios" que se prolongó año tras año, real y sobre todo, poética-mente.

El viejo latín del misal que proponía "a Dios a quien alegra nuestra juventud " parece desafiar la nueva antología poética del P Vicente. "Atardecer del hombre" podría sufrir un pequeño complejo de inferioridad frente al juvenil "Amanecer de Dios". En realidad no existe tal complejo. La rosa de septiembre y la de primavera son simplemente maravillas, las dos, de la creación.

Mis largos años -veintiséis- en Afganistán me han enseñado mucho; pero sobre todo que no hay que hablar nunca de vejez, sino solo "de edad gloriosa".

El P Vicente siente lo mismo. Las estaciones de la vida como las generaciones humanas son, para él, cantos de primavera, canto de estío, cantares de otoño y cantos de invierno.

Hay una alborada cada día pero ella es, siempre, una hermosa sorpresa. Un ocaso puede estar nublado, pero el sol sobre las nubes nos promete el don de un nuevo día.

El poeta habla de Dios y del hombre. Del amanecer y del atardecer. Los dos binomios son aspectos de la realidad mas completa que tiene que ser vivida profundamente, acaso con la ayuda de un poeta.

Después de "Amanecer de Dios" y de "Atardecer del hombre", con esta "Antología Poética, el P. Vicente nos habla del sentido último de la vida.

Su poesía mira hacia el misterio de aquel amor que va más allá de las estrellas. Se trata de un obsequio gratuito, que necesita sólo de la donación de sí mismo.

Siempre el hombre encuentra en su camino límites, fronteras, confines desconocidos, más allá hay dragones... La Historia de la Iglesia ha empezado con la aparición de una estrella que guió a los Reyes Magos en un largo viaje hacia la esperanza del Hijo de Dios hecho carne. La Poesía del P. Vicente acompaña, toma de la mano sobre todo a aquellas almas que como:

Invitación a levantar el rostro y ponerse en marcha, a pesar del miedo a la oscuridad. La luz de las palabras de este poeta de Dios entra en el corazón:

El P. Vicente nos muestra la madurez de una vida consagrada que se adelanta inquieta hasta que no esté más allá de las estrellas, entre los hilos del gozo y tristeza de inolvidables recuerdos. Así es la vida del alma hacia el final:

En estas páginas se han recogido los pensamientos más vibrantes que han salido del corazón y de la pluma de San Antonio Mª Zaccaría.

Más que objeto de lectura, se han de sopesar aténtamente: "rumiados y vueltos a rumiar", que diría el Santo.

Estos cubren casi todos los días de un año solar y por tanto, pueden constituir una consisgna cotidiana destinada a traducirse en linfa vital.

He acogido con sumo interés y agrado que, con ocasión del 500 aniversario del nacimiento de S. Antonio María Zaccaría (1502-1539), fundador de 1os PP. Barnabitas, de las HH. Angélicas y de los Laicos de San Pablo, la Santa Sede haya proclamado el 2002 como "ano jubilar" para aquellos que veneran la memoria de este santo.

Debo decir, también, que su figura me es muy querida por ser una de las grandes personalidades de la reforma católica del siglo XVI, comprometido en la renovación de la vida cristiana en una época de profunda crisis de fe y costumbres.

Su vida coincide con un período turbulento en el que Lutero intentó reformar la Iglesia a su modo, tentativa que, como sabemos, acabó en la tragedia de la división de la cristiandad.

Lutero había descubierto, en los problemas de su tiempo y de su vida personal, la figura de S. Pablo y con la intención de seguir el mensaje del apóstol comenzó su camino. Por desgracia enfrentó a S. Pablo y a la Iglesia jerárquica, la ley contra el Evangelio y así, aunque redescubriéndolo, lo separó completamente de la vida de la Iglesia y del mensaje de la Sagrada Escritura.

También Antonio María descubrió a S. Pablo, quiso seguir su dinamismo evangélico, viéndole en la totalidad del mensaje divino y en la comunidad de la Santa Iglesia. Pienso que S. Antonio María Zaccaría es un hombre y un santo de gran actualidad, una figura manifiestamente ecuménica y misionera que nos invita a anunciar y a vivir el mensaje paulino en la Iglesia. Manifiesta a nuestros hermanos separados que S. Pablo tiene su propio y verdadero espacio en la Iglesia católica y no es necesario contrastar su mensaje con la Iglesia jerárquica, sino que en la Iglesia católica hay sitio para la libertad evangélica, para el dinamismo misionero y para la alegría del Evangelio.

La Iglesia católica no es sólo la Iglesia de la ley, sino que debe mostrarse concretamente como Iglesia del Evangelio y de su alegría para abrir los caminos a la unidad.

A S. Antonio María Zaccaría que nació hace exactamente cinco siglos, debemos redescubrirlo en su grandeza moral, por su llamada a volver a los valores fundamentales del cristianismo y por su lección perenne de radicalismo evangélico. Su corta pero intensa vida, primero como joven laico, médico y catequista, después como sacerdote y religioso, está impregnada de lo que la liturgia del 5 de julio llama "sublime conocimiento de Cristo", animada por "la locura de la cruz", aprendida en la escuela del "doctor Pablo", su maestro y modelo.

Brilla con esta luz su extraordinaria devoción a los dos misterios de nuestra fe, el Crucifijo y la Eucaristía, llamada por él, con genial intuición, "el Crucifijo vivo".

No es fácil acercarse a la figura y a la vida de un santo, sólo Dios posee las llaves para entrar en el secreto de un alma dedicada a Él. Es más difícil todavía, cuando ha vivido en una época lejana, entre las más complejas y atormentadas de la historia de la Iglesia. El escritor Ángel Montonati ha conseguido una síntesis rigurosa y brillante de la vida y de las enseñanzas ascético-místicas de este auténtico hombre de Dios y de la Iglesia, de celo ardiente, forjador exigente de conciencias, verdadero líder capaz de convertir y de impulsar hacia el bien.

El autor ha descrito con eficacia su acción, de bonus miles Christi, (buen soldado de Cristo) también a través de persecuciones que no le impidieron recorrer los tiempos y preparar el gran evento del Concilio de Trento. En estas páginas se ve a Antonio María en continua lucha contra el vicio de la "tibieza" espiritual y de la mediocridad, que tanto "remaban" entre sus contemporáneos. En sus Cartas y Sermones, al igual que en las Constituciones, vibra una llamada incesante a la santidad. Gracias a esta nueva biografía, sentimos a Antonio María Zaccaría más cercano y familiar.

En el quinto centenario del nacimiento de San Antonio María Zaccaría (1502-1539), fundador de los Barnabitas, Angélicas y Laicos de San Pablo, se publica esta vigorosa biografía de un hombre de Dios, que enamorado de Cristo y celoso por la salvación de las almas, dedicó su intensa existencia a la reforma de la paganizada sociedad de su tiempo. Vivió en la primera mitad del siglo XVI y murió con sólo 36 años.

Por desgracia, la personalidad y la talla moral de Antonio María son poco conocidas. Desde hace años nos hemos dedicado a hacer una reconstrucción de su vida y de sus obras.

Pertenece a aquella corona de santos -baste nombrar a sus contemporáneos Jerónimo Emiliani (+1537), Cayetano de Thiene (+1547) e Ignacio de Loyola (+1556)- que durante el siglo XVI el Espíritu suscitó en la Iglesia para la renovación de la vida cristiana, relajada tanto en la cabeza como en sus miembros. Justamente Antonio Maria debe considerarse como el perspicaz precursor de la reforma católica, que florecerá con el Concilio de Trento (1545-1563) y tendrá en S. Carlos Borromeo (+1584) su abanderado.

A pesar de haber vivido en una época lejana, Antonio María posee rasgos de modernidad y actualidad. Su mensaje está fundado en el perenne radicalismo del Evangelio, está impregnado (como dice la liturgia) en el "sublime conocimiento de Jesucristo", está animado y guiado por la expresión paulina "locura de la cruz". El santo exhorta a sus discípulos con una expresión famosa: "corramos como locos no sólo hacia Dios sino también hacia el prójimo".

Primero, como joven laico, después, sacerdote y fundador, Antonio María aparece en su época, "muy semejante a la nuestra en sus inquietudes". Así escribe egregiamente Pablo VI en 1972: "como una gran figura de reformador de la vida espiritual y apostólica en el espíritu de San Pablo".

Su continua lucha fue contra la "tibieza" y la mediocridad, una llamada incesante a la perfección de la caridad, una voz que, en nuestros días, parece que resuena con el magisterio del Concilio Vaticano II y con la consigna de Juan Pablo II al terminar el Gran Jubileo de 2000, cuando llama a todos los cristianos, jóvenes y adultos, a la santidad.

Más allá de la conmemoración histórica, nos parece que Antonio María merece ser redescubierto por el espléndido testimonio de su santidad; el "fuego" de su amor apostólico está, todavía hoy, en condición de "incendiar" el corazón y la ciudad de los hombres.

Para entender mejor su vida y su obra, además de beber en los escritos del Santo y en la tradición hagiográfica de los autores Barnabitas y Angélicas, pondremos de relieve, aunque sea a grandes rasgos, el cuadro social y religioso de las ciudades de Cremona y Milán, en la primera mitad del siglo

XVI. En particular, será necesario reconstruir brevemente los trágicos hechos que las envolvieron y la crisis religiosa que atravesaron con el paso a la época moderna. Estas circunstancias, de hecho, incidieron de manera determinante en la formación moral del joven Antonio María y motivaron su acción apostólica.

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