"BARNABITAS ESPAÑA" |
LOS PP. COFUNDADORESVEN. P. JAIME ANTONIO Mª MORIGIA de Milán yVEN. P. BARTOLOMÉ Mª FERRARI de Milán |
Ven. P. Jaime Antonio Mª Morigia de Milán (1497 - 1546) De la voz del pueblo tuvo el Morigia el título de beato y un culto de veneración tolerado por la Iglesia hasta los decretos de Urbano VIII en 1634. Y este apelativo quiso después la Iglesia casi restaurar, cuando después de la Canonización del Fundador Antonio Mª Zaccaría, llamó en el Breviario al Morigia y al Ferrari “Nobilissimi el Santíssimi viri”.
El fue compañero y
colaborador inseparable de San Antonio y del Ven. Ferrari. Nació en Milán, de una
ilustre y antigua Familia: Conforme al uso de los nobles de ese tiempo,
derrochó su juventud en los ejercicio caballerescos y en las cosas del mundo:
pero a un cierto momento, considerada la brevedad de la vida y la insanable
vaciedad de las diversiones humanas, se alejó de la vida mundana, y quiso
aspirar a la perfección. Renunció a las sabrosas rentas de la Abadía de san
Vitore al Corpo, que le eran ofrecidas; pidió en vez ser admitido entre los
promotores del Lugar Pío llamado de S. Corona. Al arreciar la peste en 1524, se
dedicó totalmente al servicio de los enfermos con admirable empuje de caridad
cristiana. Conocidas por fin esas dos
almas verdaderamente santas y totalmente de Dios que eran el Sacaría y el
Ferrari, quiso unirse a ellos para cooperar a la gran obra que Dios les había
confiado. La amistad y la fraterna unión de las almas de estos
tres personajes fueron el fundamento de la Congregación de los PP. BARNABITAS. El Morigia gobernó por largo
tiempo en calidad de jefe de aquellos religiosos, que cada día crecían en
número, y al mismo tiempo se preocupaba, con toda solicitud y con gran celo, en
difundir la sagrada Palabra de Dios y formar fieles en las virtudes y en la
piedad. En las persecuciones que
sufrió la Congregación desde el principio, el permaneció sólido e imperturbado
y esto sirvió para mantener la calma en aquellos que viceversa se inclinaban a
desanimarse y a preocuparse. Entendía de arquitectura,
como se tiene testimonio en el Monasterio de san Vitore al Corpo y en el
Colegio e Iglesia de S. Bernabé, construidos sobre planos suyos. Los BARNABITAS, con su
ayuda, adquirieron San Bárnaba el 21 de
Octubre de 1545, y de su Patrimonio se sirvieron en las angustias de los
primeras horas. Era alto y majestuoso, y de
singular trato: “Después que el Morigia se
consagró a Dios en la Orden, -escribe el P. Gabucio-, se despojo de sí y del
mundo, dio un gran ejemplo de vida austera, aunque con los demás fuese
clementísimo y humilde. Admirable fue su solicitud en procurar el bien de las
almas, y celoso en el propagar el culto divino. Lleno como estaba de fervor de
espíritu en los públicas y privadas enseñanzas que tenía a con la gente y con
los religiosos movía a todos a la piedad: dotado de pronto ingenio, y de gran
prudencia, lograba maravillosamente llevar a término cualquier asunto. Atiende
con asidua diligencia a los estudios sagrados, logrando ser versado en materia.
Se dedico especialmente a la contemplación de las cosas divinas y a la oración,
y por si mismo amantísimo de la soledad, del silencio, sin detrimento de las
obras de caridad” Murió víctima de su celo por
la salud de las almas. De vuelta de
Vigevano,
después de haber asistido a la muerte del Marqués del Vasto, su penitente,
sintiéndose el P. Morigia enfermo, por el cansancio del viaje y de las vigilias
hechas al lado del enfermo, y habiendo sido cogido, antes que el Marqués
muriese, por terribles dolores viscerales, que el no quiso manifestar, a penas
llegó a Milán, fue todavía enviado a asistir a otro hijo espiritual que se
encontraba en las últimas. Y bien, en su grande caridad no supo decir que no, y
enseguida, comenzó otro viaje de 14 millas, para ir a Mariano. Llegado a esta
ciudad, los dolores se reprodujeron con mayor virulencia, y no pudiendo esta
vez tolerarlos más, le llevaron a Milán, donde pocos días después se redujo a
los extremos. Envuelto en grandes sufrimientos,
no desistió de hacer el bien a los hermanos, dirigiendo a cuantos lo visitaban en
la cama, palabras de Dios y de santa concordia. Pidió perdón por si hubiese
ofendido a alguno o si hubiese estado muy severo en su gobierno y finalmente,
poniendo sus manos sobre el pecho en forma de cruz, entregó a Dios el alma
bendita el 13 de Abril del año 1546, con 49 años de edad. Habiendo muerto en la casa
habitada por los Padres en San Ambrosio, su cuerpo fue expuesto en San pablo de
las Angélicas. Acudión mucha gente a venerar sus despojos que lo comenzó a
llamar enseguida con el título de Beato. De San Pablo fue trasladado
a San Bernabé, y allí puesto en una de las arcas antiguas. Mas tarde se
transfirió al sepulcro fabricado para los religiosos. El P. Chiesa escribe que “duró
por largo tiempo en los sucesores la costumbre de llamar al Morigia, el bendito
o el beato Padre”.
Sacado del Menológio de los
BARNABITAS
Vol. IV – Abril
pag. 107 - 113
Es deseo
ferviente de cada barnabita, que un día, que esperamos no esté lejos, Bartolomé Ferrari con su compañero, el
Morigia, suban a la gloria de los altares. La
glorificación del Fundador, San
Antonio, y el hecho de que los cofundadores en la oficiatura son llamados por
la Iglesia “nobilísimos y santísimos varones”, nos parece que a esta esperanza
puedan dar valor y fuerza. Rogamos al Señor invocándole que le obtenga la
deseada beatificación. Fue verdaderamente,
“Nobilísimo varón”, el Ferrari, por la familia patricia a la que pertenece, de
las primeras de Milán, y por la educación digna de su estirpe, y por su ánimo verdaderamente noble.
Estaba en la flor de su
juventud, 25 años, cuando arreció en Milán, el horrible flagelo de la Peste.
Sucedía en la ciudad lo que sucedió siempre en las grandes tragedias: el Duque
Francisco Sforza, el Canciller Moroni, el Senador y los públicos oficiales,
casi todos habían abandonado sus puestos: y junto a los desgraciados que
sufrían y que morían, sólo la caridad cristiana había dejado almas superiores a
todo egoísmo, sólo ardientes de amor por el prójimo. El Nuestro, aprovechó de sus
bienes, sólo por el bien de Cristo que sufría: este, abre a los contagiados un
hueco en sus posesiones fuera de la Puerta Vercellina, uniéndose también él a
esta tarea. Visita, socorre, es su amigo y padre. Verdadero amigo y verdadero
Padre, que gasta todo lo que tiene, y se reduce a un pobre, con un vestido
modestísimo; él el rico Patricio, para ayudar a la pública miseria, primer
fruto de la peste y de la desoladora prepotencia de las hueste soldadescas. Y el Señor que se complace y
recompensa también el pequeño acto de caridad, del que ofrece un vaso de agua
por su amor, premió tanta caridad, eligiendo para el gran designio de una Nueva
Congregación de reformadores, al joven ardiente. Él ya, que desde hacía
tiempo meditaba el servir a Dios en un estado de perfección, se unió a San
Antonio y al Morigia en 1530, y dio a la naciente Congregación todos los
recursos de su caridad ferviente y de su prestigio al cual en gran parte se
debe la consecución de las “Bulas Pontificias de aprobación” y el diploma
imprial de tutela y de inmunidad. En Milán comenzó a trabajar
para frenar la corrupción de las costumbres, que habían resurgido con la
aparición de las recientes calamidades. Si mirar el esfuerzo y el sacrificio
busco fundamentar en sus conciudadanos las virtudes y la santidad y a
conducirles en las sanas praderas de la religión. Destaca por que fue instructor de los niños en la
doctrina cristiana: Obra que el promovió y en la que trabajó con celo
infatigable. Sucedió al Morigia en el
Gobierno de la Congregación en el año 1542; pero sólo dos años más tarde moría,
unido a un peculiar espíritu de benignidad y humildad. Resumimos
su vida diciendo que tuvo cualidades y título de ángel. Así se anuncia la muerte en
uno de los más antiguos documentos nuestros: “A día 25 de Noviembre de 1544,
que fue la noche del día de Santa Catalina, marchó de esta vida, y fue
sepultado en San Pablo Convertido de las Madres (Angélicas) el P. Bartolomé
Ferrari, hombre de tanta caridad que no se recordaba de comer, ni dormir y
se había unido de tal manera a las
personas, que no las abandonaba por el deseo de ayudar a aquellas almas”. Su
cuerpo fue puesto cerca del de San Antonio, en la Cripta de la Sacristía de San
Pablo. La Angélica Sfondrati
así perfila a este santo religioso:
“Era Ferrari modestísimo, quietísimo de naturaleza, de mucho amor y de gran
cortesía, estudioso de servir y beneficiar a todos, de buena cultura y prudente
juicio: poseía el don de mucha oración, y de una singular pobreza de vida, de
obediencia y de resignación grandísima; en él se descubría una gran humildad
y confianza en Dios, y un abandono tal y abstracción de las cosas del
mundo, que lo hacía admirable a los ojos de todos”. El Padre Chiesa escribe de
él:”Fue considerado en vida y en después de muerto por buen Santo, y por tal
descrito por varios autores, que de el hacen narraciones, y últimamente entre
los Beatos y Santos milaneses, que en un catálogo del año 1591 fue impreso en
Venecia, se ve escrito su nombre”. Como conclusión de esta
breve biografía sea dicho –y será bien dicho- con el elogio que el Ven. Bascapé
hizo en el Capítulo General del 1579, presente San Carlos Borromeo: “Nos miran
desde el Cielo aquellas almas que echaron las bases de este admirable nuestro
Instituto”.
|
|