"BARNABITAS ESPAÑA"


ESBOZO DE CONSTITUCIONES


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PRESENTACIÓN

La vida no vuelve atrás. La planta no retorna al germen…; ni el hombre se hace niño. La ingenuidad de Nicodemo sería imperdonable, cuando conocemos bien la exhortación y el precepto de “nuestro Pablo” de c recer “in virum perfectum”  (Ef. 4,13).

Flor

Quiero decir, que no es para volver a la infancia de Nuestra Congregación, que se quiere poner entre las manos de los Cohermanos las primeras Constituciones, sólo esbozadas por nuestro Fundador, y nunca oficialmente promulgadas o propuestas, mientras que desde hace tiempo tenemos las últimas, que son el desarrollo legítimo de estas y la legítima y perfecta coronación. No para volver a ser niños, contra la prohibición de San Pablo, y tampoco por vana nostalgia o por sola curiosidad erudita, sino por vivo deseo de rehacernos, si es necesario, al espíritu de aquella edad, más generosa y más fresca, aunque aún no desarrollada y madura, con aquel gusto y aquel refresco que busca y encuentra quien de la plenitud  trabajada del valle, sube a la frescura de las fuentes y se  sacia en aquellas pequeñas aguas limpias e inquietas.

No es que estas páginas tengan un vivo interés cultural: sino la razón y la novedad de esta edición del 1954 (la segunda solo desde que fueron escritas) está en su intacta frescura espiritual.

Como documento histórico, de hecho, las ha publicado ya, antes, el Padre Horacio Premoli, en el apéndice a su Historia de los BARNABITAS en el 1500 (pag. 422-455); y allí las habrá podido también leer quien las hubiese buscado para estudiarlas en el cuadro de la espiritualidad de su tiempo.

Los que se encargan, esta vez, de esta Edición, representándola en la pequeña Colección, que es como un cómodo y elegido Prontuario de Espiritualidad Barnabítica, tienen la ambición de ofrecer a los cohermanos, también esta vez,  como en los otros volúmenes pequeños de la serie, un precioso y autorizado texto (casi testamento del Padre) sobre el cual, meditándolo, garantizar a si mismos que, en la incompleta carta, el espíritu en este nuestro quinto siglo de vida y en los venturos, sea así genuino y ferviente como en el primero.

La nítida Introducción del P. Victorio Michelini a los Sermones del Fundador  ha  encuadrado  las escasas reliquias de una indefensa y enfocada predicación apostólica, en aquel  movimiento místico pretridentino, que está bajo el nombre de “Evangelismo” . Se podría hacer igualmente de estas Constituciones

Y así, después de las Cartas del Santo: pocas, rápidas y ocasionales, como hemos visto, pero tan llenas y saturadas de la plenitud de ánimo del primer “Evangelista” y Padre, que superan todo límite de belleza de lengua y estilo;  –y después de los Sermones que de aquella predicación quedan como un ejemplo práctico: juvenil y único y,  además, incompleto también este,  sin embargo también este de una insospechada riqueza de espíritu de doctrina- ahora es el turno de las Constituciones, con las que el Santo Fundador se proponía establecer cual debería ser el “Evangelista” según su corazón, es decir cual le habría encontrado apto a su tarea el verdadero Padre y Maestro en la familia de los Hijos de San Pablo.

He dicho que se proponía: Porque parece que voluntad de Dios, en lo que respecta a San Antonio Mª Zaccaría,  siempre parece que ha sido, en esta como en otras de sus obras, que él no tuviese que ir más adelante de los principios o de los esbozos.

La muerte de hecho lo sorprendió cuando aún, sus Reglas, él las estaba escribiendo, sopesándolas y precisándolas en su misma observancia práctica. Él aún no las había comunicado, oficialmente, a sus compañeros y cohermanos.

Y puede que no lo había querido, convencido de que fuese más importante vivir el espíritu, que él y sus compañeros se habían encontrado encendido en el corazón y sus primeros seguidores aprendían de sus palabras y ejemplos, antes que tenerlo escrito en libros: convencidos que,  ante todo, el verdadero y vivo espíritu del Crucifijo y la inquieta obediencia fuesen la Regla más verdadera y más santificante.

 Están escritas en el Corazón de cada Barnabita las claras palabras del Santo en su Carta VII, al ven. Padre Morigia y al P. Soresina.

      “Sabéis, queridas entrañas mías, que es bueno tener la obediencia escrita, es decir, las prescripciones de nuestros superiores. Sin embargo, esto es muy poco si no se le añade que estén escritas en nuestros corazones. Por ejemplo, si hubiera uno que no sea nuestro discípulo, pero le gustase buscar y cumplir perfectamente nuestra voluntad, teniendo siempre presente ante sus ojos nuestra intención, éste sería mejor y más verdadero discípulo nuestro que aquel que tuviera nuestra voluntad escrita en el papel, pero no en su corazón, aunque se diga discípulo nuestro” Carta VII.

      “Sin embargo ¿no os debería guiar la fuerza de vuestro corazón, por el conocimiento innato en él, y no tener necesidad de escritos? Si sois generosos, aprenderéis a gobernaros por vosotros mismos sin leyes externas, teniendo la ley en vuestros corazones; y cumpliréis no tanto la letra, sino el Espíritu; porque es conveniente si no queréis obedecer como siervos, sino como hijos, que lo hagáis así” Carta VII.

Quizás quería, nuestro Santo, que la Regla escrita naciese con el andar del tiempo de la práctica de la regla misma: que la regla para la vida misma viniese de la vida regularmente vivida con abundancia de espíritu y con inquieta dedicación: de modo que se presentasen, cuando llegase su tiempo, cargadas ya de la experiencia y tales, es decir, de estar seguro que todos las hubiesen podido observar completamente y con fruto.

De todos modos, es un hecho que las Constituciones de los Barnabitas –este primer esbozo, como aquellas definitivas del 1579 que aún nos gobiernan y rigen-  no han sido preestablecidas y formadas como, por ejemplo, estoy pensando, en las de San Benito y de San Ignacio o de otros, para después informar en ellas, como una copia segura y precisa, la vida y el espíritu de los Clérigos Regulares de San Pablo; sino que se han elaborado poco a poco de la vida y del espíritu libremente inspirado por el Señor a los primeros entre ellos y generosamente acogidos y cultivados por los demás.

Alguno se disgustará y encontrará aquí una de las causas del lento y no más rápido crecimiento de la Congregación en aquellos primeros tiempos, y también en los siguientes. Pero de hecho la cosa es así. Y ninguno deseará el mal si ahora, queriendo soñar la dulce ilusión de encontrar el perdido manuscrito del Santo, nos encontrásemos delante a un escrito con el siguiente texto: “Apuntes para las Constituciones de los Clérigos, etc.”, y dentro, una serie de hojas arrancadas y esparcidas, con reglas y normas más o menos estilizadas a modo de ordenaciones y cánones (serían los primeros nueve capítulos y algún otro de los siguientes); y después folios y folletos, quizás, con las indicaciones (minute) o el texto de tres o cuatro Conferencias o Colaciones espirituales, de aquellas que se tenían cotidianamente en común ( y serían el Cap. X: De la Oración; el XII: De la Formación de los Novicios; el XVII y XVIII: De los signos de la ruina de las costumbres y de las Cualidades del Reformador…: en las que es evidente, a veces, el tono y la forma de uno que piensa, con la llamada a los “cohermanos” que escuchan, y sus imaginadas objeciones y las relativas respuestas).

Así me viene el hacer una hipótesis. Y si la hipótesis resulta, podrían ser  estas tres o cuatro Conferencias los “Añadidos convenientes”, de las que habla el título del libro, y que el P. Boffito (Escritores B., II, 502), siguiendo al Gabuzio (Historia, 44) y diversamente del Padre Premolí (Historia de los B. En el ‘500, pag. 522 y ss.)  han hecho pensar a Reglas dictadas por el Padre Fray Bautista de Crema. Y también mantendría todo su significado más completo y más simple las palabras del p. Nicoló de Aviano al p. Omodei, en carta del 10 de Octubre de 1570 (extraida por el p. Premoli, p. 423):

“Estoy convencido que con vosotros estan aquellas antiguas Constituciones que hizo la buena memoria del M.R.P. Don Antonio María de Zaccaría. Pero os ruego que estéis contentos que sean inseridas en las nuevas que se hacen, aquellas cosas que a vosotros os parecerán de utilidad nuestra, y sobre todo aquellos capítulos de los Novicios, y como deba ser el M.o de dichos Novicios; los signos por los que se conoce cuando la disciplina regular va a la ruina, y de la Reforma de la Religión”.

El P. de Aviano, es uno de los textos de la veneración y consideración en la que nuestros antiguos Padres han siempre tenido a las Constituciones del Santo Fundador. En la carta citada, exhortando a fundir en las Nuevas Constituciones lo mejor de las antiguas, él proseguía:

“(Como) todas las recetas que se usan en medicina están compuestas de cosas buenas y elegidas, así se debería hacer en estas Constituciones, ordenándolas lo más perfectamente posible; porque serán siempre como un instrumento de oro, que nos empujará a caminar a aquella perfección escrita en ellas,  y nos harán conocer a nosotros mismos, dándonos cuenta que estamos lejos de tal perfección”.

Aún después de más de 200 años, así escribía a un hermanos suyo, también Barnabita, nuestro grandísimo amante y recolector de las cosas barnabíticas, que fue el p. Angel Cortenovis:

En las Constituciones (del Santo Fundador) descubriréis un espíritu de perfección evangélica y de vigor, que sorprende; pero en las cartas conoceréis el espíritu de caridad y mansedumbre, que al rigor suavizaba y hacía dulce la observancia. Notaréis dentro, el carácter de Fray Bautista (de Crema), que tuvo tanta parte también en los primeros fervores de S. Gaetano y de sus compañeros, y que pareció excesivo y vicioso a los teólogos de su Orden, que por eso le originaron tantas persecuciones. Pero ex fructibus eorum cognoscetis eos. La santidad incontaminada y purísima que resultó, en los primeros rebrotes (rampolli) de los dos Institutores, y que por doscientos y más años continuó transmitiendo fragancia suavísima de virtudes evangélicas, forma bastante la apología del Maestro de Espíritu y de sus discípulos” (Cartas familiares p. 373: Carta a su hermano P. Pietro Maria, 29 mayo 1792).

Verdaderamente, el boceto del Santo es tan nítido y vivaz, de valer casi la entera obra (como ciertas esculturas apenas mencionadas de los sumos artistas) y de bastar también así, para describir el preciso y entero camino, para dar la indicación (avvio) segura y el incansable impulso.

Si no todo lo que os he escrito se puede observar, todo pero podrá también edificar y (spronare) ayudar, porque (palabras del Santo, a quince días de la muerte):

“No penséis que el cariño que os tengo, ni que vuestras buenas cualidades, me hagan desear que seáis pequeños santos. Quisiera y deseo que lleguéis a ser grandes santos, vosotros si queréis sois capaces, con tal que  desarrolléis y devolváis al Crucifijo aquellas cualidades y talentos que de él habéis recibido.

Porque conozco la cumbre de la perfección y la abundancia de la gracia y comprendo los frutos que el Crucifijo realizará en vosotros y a la meta a la cual os conducirá” (Carta XI).

                                          Roma 6 de Enero de 1954                            

                                                             P. Virginio M. Colciago b.



























                   
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